EN CUERPO HERIDO
POR:
PIEDAD BONNETT*
Algo persistente y callado
-algo que contemplamos con un viejo estupor-
se expande desde el hueso y en el hueso, fosforesce en la entraña, hace
brillar la carne, en los labios revienta como un brote nocturno, va lento hacia
la piel y en el temblor del vello se vuelve luz. El ser ahonda entonces su
condición primera, toca fondo y se alza como un náufrago que desde su pedazo de
tierra llama y llama listo para el amor para el deseo,para empezar, de a pocos,
a podrirse.
Piedad Bonnett.
De Explicaciones no pedidas (2011)
Un sentir femenino habla desde esos cuerpos
mutilados, o heridos, que de manera fragmentaria cuentan historias de vejación y
envilecimiento. Lo íntimo y lo subjetivo parece que primara, pero es posible
descubrir alusiones más amplias a la humillación y el castigo. Hay a menudo una
víctima. Pero ¿cuál es el victimario? ¿Qué fuerzas son las desencadenantes del
horror? La pregunta queda en el aire, zumba con sus incertidumbres sobre
nuestras cabezas.
Si bien lo femenino parece preponderante, lo
masculino no sólo no está excluido, sino que surge como factor decisivo en las
batallas secretas a las que estas obras aluden: la pasión amorosa, las
relaciones de poder, la sexualidad como encuentro y frustración, el miedo a sí
mismo y al otro, el tiempo como amenaza.
La obra de Natalia Granada, anclada a los
mitos cristianos y paganos, hace que lo instintivo se roce permanentemente con
lo divino y lo humano. Las fronteras de estos tres reinos son a menudo
inciertas, frágiles, pues la artista está hurgando en la entraña misma del
conflicto afectivo, con su carga de sexualidad explosiva, de deseo
transfigurado, de búsqueda, fracaso, frustración y pena.
Encontramos, como representativas de lo
brutal, la presencia animal –perros,que relacionamos, por
una parte, con una pulsión depredadora, y por otra, con mera fuerza defensiva,
la del animal que cela a su amo y amenaza con herir al enemigo. Devorar es una
palabra que aplicamos por igual a una acción que acarrea dolor y muerte, así
como al deseo y a la pasión amorosa. Devora el animal salvaje y devora el
caníbal, pero también el amante, en sentido figurado, cuando trata, inútilmente,
de hacer suyo al objeto de su pasión. Y devoran dos figuras grotescas, Belona y
Némesis, diosas de la guerra y la venganza, que aparecen en la instalación
engullendo groseramente a sus criaturas, mientras una montaña de infantes, de
apariencia cerúlea, se apilan en derredor. Toca aquí Natalia, en forma sugestiva
y ambigua, el tema de la maternidad: la de la mujer, pero también quizá la de la
tierra como gran madre que aniquila a sus hijos, o la de la guerra, igualmente
devoradora.
La obra de Natalia Granada tiende al
desbordamiento, al exceso, pero se detiene en su filo en la medida en que nunca
cae en la obviedad. En el centro mismo de su concepción hay un agujero oscuro,
que nos hace quedar flotando en el misterio. Ese elemento sin el cual nunca hay
verdadero arte.